Ferdinand de Cheval o el sueño de un loco

250px-Ferdinand_ChevalLa ignorancia es atrevida. Un hombre sin conocimientos de arquitectura diseña y erige un castillo. Emplea media vida para hacerlo, con un esfuerzo sobrehumano. Dos razones para tildarlo de loco. Todos lo haríamos. Pero lo curioso del caso es que, contradiciendo al sentido común, lo consigue. Construye un castillo magnífico, indefinible en su estilo -él solo- para yacer gloriosamente por toda la eternidad. Y como las autoridades no le permiten que su obra se convierta en túmulo funerario, hace un reajuste en su proyecto: se construye un mausoleo dentro de un cementerio.
Entonces su locura se convierte en proeza. Atrae la atención de poetas y pintores de renombre.
Admirable es la palabra que lo califica mejor a mi entender. Pero a nuestros ojos sigue siendo una locura. ¿No consiste en eso ser un héroe? ¿Emprender una tarea a pesar de las nulas esperanzas de conseguirlo? ¿No atender a la razón sino al corazón?
Sin querer establecer parangones, sólo un apunte: Gaudí no era buen matemático y realizó su obra con maquetas y escasos bocetos; otras veces simplemente improvisaba sobre la marcha. Cuando la creatividad no tiene límites y se acompaña de inteligencia e intuición, se pueden esquivar las limitaciones técnicas. El rigor se suple con la genialidad.
A mí me encantan los héroes, como a casi todo el mundo, aunque estén locos. Pero, eso sí, que sea una locura magnífica que nos permita soñar.

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Me cae bien este señor, Ferdinand Cheval, porque era de otro mundo y porque su locura fue onírica e inmortal.