Cuando la devastación del sueño
aligere los contrapesos
será más fácil contar
los “me gusta” o los “te quiero”
de los que en una pantalla
te llaman compañero de viaje.
Hasta entonces eres un iconoclasta
enfebrecido de imágenes
y la última copa en otro bar
te volverá un poco más ciego,
más lerdo, más lento.
Tu realidad se ha vaciado
como un globo de helio.
Ha caído sin ligereza sobre tus hombros,
ha cargado contra tu espalda
y tu perfil se ha vuelto mucho más convexo.
El tintineo del hielo adelgaza
su propia materia
y en última instancia deja de ser.
Pero tú bebes,
aunque no compartas con nadie
el elixir de tu charco noctámbulo.
Porque eres un orfebre
que apura la copa.
Temeroso del cristal
relames la última gota
so pena de recitar
la declinación de tu deseo:
luna, lunae; luna, lunera.
Se derretirán palacios tras la mirada
de una rubia pretenciosa
o de una morena
sin clavel para tu ojal.
Así, sin más, se acabará
y la sustancia de la noche
será un bumerán que siempre regresa.
Notas un frío de fósil húmedo,
reblandecido,
de arenque sin sal.
Solo un reclamo de voces
avisa que es la hora.
Claudicáis tú, el garito y el alcohol.
Tan lejos la casa,
el salvoconducto de la cerradura,
el nudo de la sábana
contra el colchón.
Luna lunae, no te mueras,
eres, sola tú en la noche,
-hermosa, menguante-
la que muerde con saña,
con rabia, con pasión.
El resentimiento se ha vestido de sed
en las copas afiladas
que revelan la fotografía de un instante.
Él aún espera un “me gustas”,
un abrazo urgente,
la ubicuidad de alguien
aunque jamás pronuncie “te quiero”.