Halogramas: “En la circunvalación”

8. En la circunvalación

th“Debo despertarme. ¿Cuántas horas llevo durmiendo? Hay mucho que hacer. El transmisor, ¿dónde está? Es de noche. Está oscuro. ¿Cómo puede..? A lo mejor no he dormido tanto, a lo mejor son solo las tres. ¿Cómo va a ser de día? Más oscuro, imposible. ¿Qué quieres a las tres? No sé, no puedo abrir los ojos. No, no, no puedo. ¿Qué me pasa? No recuerdo. ¿Y el transmisor? Mi cabeza… Mejor descansar. ¡Ay mi cabeza! No sé qué pasa. Seguro que pronto… In-ten-taaa-réeeedor…”
Desiré había intentado despertar pero, desorientada, su conciencia se había nublado de nuevo y había caído en un profundo sueño. No llegó a oír lo que se hablaba en la Sala de Recepciones.
-¿Quién es Desiré Han? –preguntó el Primer Consejero. Movía las manos formando signos de interrogación mientras silabeaba con dificultad el nombre de la mujer.
-Esa de ahí. –Señaló con el dedo índice extendido Galean I. Ante lo inusual de la petición él mismo había decidido ir a recibir al Primer Consejero.
En su calidad de delegado del Gran Patriarca de la Luz, el Primer Consejero debía acudir al Hospital. El mismísimo Patriarca ordenaba detener el protocolo de actuación para la paciente llamada Desiré Han. Debía recoger sus pertenencias, encriptar con un código secreto el acceso a sus datos personales y entregarlo a la Suma Autoridad de la Nave.
Aquella anomalía hizo que Galean I verificara la identidad de la paciente, sus credenciales antes de dirigirse a la Sala de Recepciones. Pero solo le dio tiempo a  comprobar que se trataba de una admisión reciente. Después se apresuró a reunirse con el Primer Consejero. Su obligación era estar presente cuando este  llegara y autorizar en su calidad de Jefe Médico el traslado de la mujer. Un asunto así suponía una alteración grave del Reglamento, por tanto era imprescindible que todo el proceso transcurriera bajo su supervisión.
En el fondo todo aquello molestaba sobremanera a Galean I. No entendía el porqué de esa decisión. Le parecía una arbitrariedad injustificada que se saltaba el orden natural de las cosas. O dicho de otra manera: una falta de disciplina. Galean I creía a ciegas que un esquema rígido era el mejor modo de  estructurar una sociedad y por extensión la vida de los individuos que la componían. Lo contrario le creaba inseguridad, le producía una cojera existencial que desembocaba inexorablemente en ansiedad. En consecuencia, se oponía por sistema a cualquier cambio. Detestaba la  improvisación. Él era el Jefe Médico de la Nave y estaba convencido de que nada ni nadie podría nunca cambiar ese estado de cosas. En conclusión, aquella orden le parecía una ofensa para la tripulación y por añadidura atentaba contra sus creencias, afectaba a su pundonor profesional. En todos los años de servicio nunca se había tenido que enfrentar a una situación similar. El Reglamento a bordo, en lo concerniente a la llegada y admisión de pacientes procedentes de la Tierra, era muy claro y estricto. Hasta el momento jamás se habían hecho excepciones.
Sin embargo, convino consigo mismo en que era mejor acatar e hizo de tripas corazón:
-Con cuidado. Sin brusquedades. No conviene. La paciente está semiinconsciente y podría despertar de golpe –advirtió Galean I con ademán neutro. No podía dejar que se trasluciera su disgusto.
El Primer Consejero, situado en un ángulo de la Sala de Recepciones, atendía a todo en silencio. Los auxiliares estaban acabando de realizar las maniobras pertinentes. Sus gestos pasaban inadvertidos a los ojos de un profano como él. Todo se reducía a accionar un dispositivo apenas visible. Solo tardaron unos pocos segundos.
Tal vez fuera por la tensión latente pero los auxiliares del Hospital trabajaron tan  concentrados que no emitieron ni el más ligero gruñido. Galean I volvió a constatar satisfecho el comportamiento irreprochable del personal sanitario de la Nave. Al instante las patas de la cama, removibles, quedaron ocultas bajo el somier y un mecanismo automático las sustituyó por otras más ligeras, provistas de ruedas. Discretamente, una mampara translúcida emergió desde uno de los costados de la camilla. Cuando esta cubrió el cuerpo de Desiré, el desplazamiento de la mujer ofrecía las máximas garantías. Ahora podían emprender la marcha. La paciente quedaba inmovilizada, con lo que se evitaban posibles accidentes o caídas. Galean I, con obstinada reticencia, arrugó el entrecejo mientras la camilla guiada por los dos auxiliares se alejaba de la sala con el Primer Consejero cerrando la comitiva. Esperaba que antes de que acabara el día alguien le diera una explicación.
“Mi cabeza… Todo se mueve. ¿Qué hora es? ¿Qué está pasando?” Desiré Han comenzaba a dar señales de consciencia. Los sanitarios notaron que la mujer hacía esfuerzos por despertar. Se miraron con angustia y luego, con un gesto, interrogaron al Primer Consejero sobre lo que debían hacer. A una señal suya aceleraron el paso entre los corredores iluminados que circunvalaban la nave.

El próximo capítulo: 9. La  Sala de los Hologramas