Halogramas: “La fusión”

24. La fusión

Fusión-Reconocerás que, por más que rebusques entre todos los seres humanos que pueblan la superficie de la Tierra, jamás encontrarás a nadie igual al Patriarca. ¡Es fantástico! –El Artífice Supremo desprendía ráfagas de luz a través de todos sus poros.
-Te veo francamente entusiasmado, Artífice Supremo –fue el escueto comentario del Iluminador ante la valoración de su líder. Su tono era neutro.
-¡Comienza el juego! ¿Quién sabe hasta dónde nos llevará ahora? –el Artífice Supremo seguía dando muestras de satisfacción.
-Mientras los hologramas no nos falten…
-¿Cómo van a faltar? De ninguna manera, se seguirá encargando el Patriarca, como hasta ahora.
-Confías mucho en Él.
-No me ha decepcionado nunca. Y ahora… ¡Ha sido una maniobra genial! ¡Gané la apuesta!
-Debo entender entonces que le concederás lo que pide –afirmó el Iluminador, aunque con ello lo que planteaba realmente era un interrogante.
-Claro, ¿por qué no? Ya te dije que el Patriarca es demasiado valioso como para dejar que se extinga sin más. Ocupará el cuerpo de Desiré Han y de ese modo tendremos a una linda Patriarca rejuvenecida.
-¿Y tú crees que una fusión de ese tipo no nos dará problemas?
-¿Qué problemas? Quien dirigirá el cuerpo será Él, el Patriarca de siempre.
-Si lo tienes tan claro… –repuso el Iluminador sin demasiada convicción.
-No dudes, sé lo que hago. Ahora le diré que la bese. Así la transmigración se convertirá en un rito. Será más dramático. –El Artífice Supremo empezó a reír. Una luz avasalladora surgía a borbotones de su boca.− Nos divertiremos, ya verás.
-Tus deseos son órdenes, Artífice Supremo. Solo te recuerdo que los hologramas cumplen varias funciones, y no solo mantener a los terrestres bajo control…
-Lo sé, amigo. ¿Cómo olvidarlo? Fue idea tuya. Necesitamos esa energía extra. Nos hace mucho bien –y dedicó una sonrisa blanquísima a su colaborador. Sin más pausa continuó con la explicación. Acto seguido comenzó a desgranar sus ideas lentamente, sin precipitarse−: Me sigue pareciendo curiosa la veleidad de los humanos. Siempre en busca de novedades. Aunque a nosotros nos facilita mucho la tarea. Se cansan de las mismas caras. Solo es cuestión de darles material nuevo sin parar. A cambio de caras nuevas ellos nos facilitan su energía. –El iluminador asintió complacido por el reconocimiento de su líder. El tema quedaba zanjado.
El Artífice Supremo confiaba en el Patriarca. Era su criatura y no se molestaba en disimularlo ante el Consejo. Mientras en la Nave el ritmo continuara igual no faltarían miembros eminentes de la Tierra que representaran su papel en las pantallas. Eso ayudaría a soñar a los terrestres y a los Iluminadores les proporcionaría esa punta de energía que les era imprescindible. Los hologramas constituían la ambrosía de los dioses.
Demostraban ser, sin duda, unos magníficos recicladores, ya que aquellos hologramas inservibles, sin interés, serían comprimidos y almacenados. Siempre tendrían a su alcance cápsulas de energía adicional. Cuando estas fueran consumidas, las imágenes agotadas –ahora sí− desaparecerían para siempre.
Ahí terminaría el proceso para los humanos de la Nave. Pero no para los Iluminadores. Para ellos la producción de hologramas jamás se detendría. Era tan cíclica como las mareas. Era inconcebible que fuera de otro modo. El Artífice Supremo meditaba. Aquel recurso energético les aseguraba el suministro, aunque para ello hubiera de conceder la inmortalidad al Patriarca de la Luz. Al fin y al cabo no era tan descabellado. Ya por el título que detentaba, era merecedor de esa prez , incluso de mucho más.
De momento, el plan alzaba el vuelo. El Patriarca de la Luz tomaría posesión del cuerpo de Desiré Han. Un movimiento arriesgado pero genial. Con eso ya disponían de un buen número de años terrestres con los que seguir jugando. No era bueno avanzarse. Nunca se sabía cuál podía ser la estrategia empleada por aquellos seres anómalos. En demasiadas ocasiones los terrestres habían demostrado ser imprevisibles. Eso es lo que hacía aquel juego tan apasionante.
El Artífice Supremo había acabado de hablar. El Iluminador se retiró y su líder se asomó al gran ventanal dejando que la vista se perdiera en la profundidad del horizonte. Le producía un placer indescriptible. Como otras tantas veces sintió que aquel paraíso era el mejor lugar para vivir.

El próximo y último capítulo: 25. El beso