17. Un acuerdo tácito
-Eres Desiré Han. Te conozco hace tiempo –el Patriarca de la Luz habló a Desiré, mientras ella se incorporaba torpemente en la camilla. La mujer intentó contestar pero se le hizo un nudo en la garganta, así que la cerró-. No tengas miedo. No te va a pasar nada malo. –Hizo una pausa significativa. El Patriarca de la Luz buscaba las palabras precisas.
-No entiendo nada. Quiero salir de aquí –respondió Desiré, muy afectada. Notaba cómo se le aceleraba el pulso, sentía que le faltaba el aire. Le sobrevino una punzada de dolor, como si el pecho se contrajera y quisiera aplastarle el corazón. Le costaba respirar.
-Tienes razón, Desiré. Salgamos de aquí. –El Patriarca advirtió que el semblante de Desiré empezaba a alterarse. Miró alrededor, en busca de algún asiento o punto de apoyo, pero estaban solos. Así lo había querido Él.− Aún puede que estés un poco mareada. Te ayudaré a bajar. –Y se esforzó por dulcificar su expresión mientras avanzaba hacia Desiré y le tendía una mano. Desiré dudó en aceptarla pero cuando pisó el suelo sintió que le flaqueaban las piernas.- ¿Ves, mujer? Es mejor que te agarres a mí.
-No veo por qué tendría que fiarme de ti –le espetó la mujer, con rencor. A pesar de todo se apoyó en su hombro para no caer al suelo.La sensación de mareo aumentó. Su voz era un sonido debilitado.
-Cuando te lo explique todo me estarás agradecida –le contestó escuetamente el Patriarca de la Luz. Demasiados años midiendo las palabras como para extenderse innecesariamente-. Lo que vosotros llamáis La Cúpula es esta nave que ves y el Comandante en Jefe soy yo. Mi nombre es Milan Radokis, pero todos aquí me conocen por Patriarca de la Luz. Es el cargo que me dieron los Iluminadores hace ya muchos años. Entonces era joven. Mírame ahora.
Desiré lo observó con atención. Hasta ese momento no había reparado en él, como si no fuera más que un muro imposible de saltar. Había sentido miedo o más que eso. Con la vida pendiente de un hilo no era fácil entrar en detalles. Mucho menos cuando ese hilo estaba enrollado en un carrete sinuoso, este sujeto de la mano de un simio estrambótico disfrazado como para una función de circo y el mono fantoche, a su vez, bajo las órdenes de un viejo lunático y megalómano. Le parecía que todo quedaba lejos, su vida anterior, sus sueños de ascender a La Cúpula. Su realidad era un esbozo remoto, mientras que el presente se le aparecía abrupto, con toda la incertidumbre y el sinsentido de una pesadilla.
Pero ¿qué pretendía aquel esperpento de persona? Se arrogaba derechos sobre la luz con ese nombre grandilocuente, absurdo, pero allí a la vista solo había decrepitud y locura.
El próximo capítulo: 18. En los confines del universo