La telaraña

A ras de suelo, en mi telaraña,
urdo con hilos tercos
la untuosa voz de los secretos.
Hieren con voz de cristal,
falsos, quebradizos,
espejismos percutores
a los que solo cabe enfrentarse
a pecho descubierto.
El tiempo es un toro que embiste impasible
y arremete contra el recuerdo,
agigantando la invención
de un dolor sin paradero.

Un tiro en la sien dolería menos:
sería un final sin dilemas,
sin duelos ni padrinos,
a sangre fría,
un consuelo
sin vestigios,
sin testigos,
sin herida,
solo un cuerpo en su mortaja,
cadáver inmortal
que en el no ser resucita.

Mata la muerte
postergada,
el abanico de tus pestañas
y las palabras adivinadas,
las omitidas, las deliberadamente
calladas,
las que no ensucian
el olvido inexcusable,
el aroma del eucalipto,
la paloma mensajera,
el agua clara,
la nada.

Esta tarde solo sé
que cruje la telaraña.

Dolors Fernández Guerrero