‘Nefertiti y los zombis’: IX. El perro guardián

-¿Cómo ha ido la semana, Natalia? –pregunta el psicoterapeuta.
-Yo diría que muy bien.
-¿Muy bien? –le interroga interesado. No es normal en ella una respuesta positiva.
-Sí, mejor que nunca.
Una sonrisa de satisfacción se dibuja en la cara del joven psicólogo. Natalia es, con diferencia, su paciente más complicada. Se podía decir que prácticamente la habían desahuciado. Hasta hoy la medicación y la terapia tradicional se han mostrado insuficientes, pero he ahí los resultados de su metodología psicoanalítica, de su persistencia. Por fin el premio. El trabajo concienzudo siempre acaba cobrando sus frutos.
-¿Has salido a la luz del día? ¿Te has sentido a gusto?
-Sí –responde escuetamente Natalia. Lo suyo no son las frases compuestas.
-Muy bien, muy bien –repone ensimismado y a continuación añade-: Vaya, vaya… -El psicoterapeuta vuelve a sumirse en el mutismo. A Natalia no le sorprende. No es nada nuevo que deba esperar unos minutos para que aquel descerebrado continúe con su explicación o le dé por uno de sus interrogatorios. Concentrado, divaga. Se recrea en el próximo artículo que escribirá para la Revista de Psicología Española. Ya lo ve publicado.- ¿Quieres que te hipnotice? –le espeta, así, de sopetón, volviendo bruscamente a la realidad. Considera que su método es infalible, la única llave que vulnera el hermetismo de aquella paciente.
-¡Vale! –reacciona rápidamente Natalia. -Creo que empiezo a ver la luz. –La cara de la muchacha se ilumina y se humedece los labios con su lengua ancha y sonrosada. Le encantan esos momentos de regresión. Es como volver al seno materno, acogedor, confortable, al origen de la vida. Es el momento de unirse a Nefertiti en una dimensión que jamás antes había conocido. A algo así debían referirse los místicos cuando decían comunicarse con Dios, seguro.
Al tumbarse en el diván la camiseta negra de Natalia deja su ombligo al descubierto. La muchacha advierte la mirada golosa del psicoterapeuta y con fingido pudor tira de la ropa para cubrir la piel desnuda. Antes de cruzar los brazos sobre el pecho, como acostumbra a hacer, palpa algo en el bolsillo lateral de su pantalón. Es un bolsillo grande, con bastante capacidad, cerrado con cremallera. Entonces piensa que la navaja de cazador limpia, impoluta es su perro guardián.

Dolors Fernández

 

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