“Quartett”, si algo no puedes superarlo, destrózalo

Si lo que oyes chirría, de modo que música y voz parecen seguir partituras distintas, todo conforme a los paradigmas de la “música atonal” -por llamarlo de alguna manera-; si la obscenidad sustituye el hilo argumental y la profundidad psicológica, y lo único que pretende es escandalizar, pero en realidad lo que consigue es confundir y asquear; entonces sí, has asistido al espectáculo Quarttet; en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona.
¿Qué ha quedado de la inquietante y maquiavélica historia de Las amistades peligrosas, de Pierre Choderlos de Laclos, en la cual se basa la obra? Después de exprimirla, extraer y tergiversar su sustrato más degradante,  obviando como si fuera un estorbo todo lo demás, el poso que queda es un residuo hediondo e indigesto. Lo que vemos, descontextualizado, no hay quien lo entienda, aunque quizás se trate de eso, de no entender. De las vísceras al recto, de ahí, a saber, sálvese quien pueda.
La escenografía del espectáculo, con su cubículo suspendido a modo de escenario y la proyección de imágenes impactantes, de corte expresionista, es lo mejor de Quarttet. Predominio del color rojo (en los subtítulos, en la geometría escénica, en el vestuario de la protagonista y en las imágenes en su conjunto) contra escenario negro, minimalismo de accesorios y mobiliario. Nada nuevo bajo el cielo, pues el uso de  escenografías cubistas, futuristas, pobres pero eficaces, rudimentarias pero simbólicas ( y ahí que cada cual evoque lo que le dé la gana, que para eso se hace, precisamente para no influir sobre el espectador) es un recurso recurrente -valga la redundancia fonética-. De las notas estridentes se ocupa la música, para mayor gloria.
Y ahora, a modo de valoración positiva, me atrevería a hacer una propuesta, una hipótesis teatral. Me siento en la obligación de poner algún contrapeso en esta balanza crítica, y como yo no iba a ser menos respecto a afanes renovadores, ¿qué tal si en vez de crear una obra escénica con la duración estándar de hora y media Luca Francesconi y compañía hubieran ideado una performance? Entonces quizás ese tufo insoportable que desprende Quarttet se convertiría en la quintaesencia deleznable de una historia de poder entre seres decadentes y despiadados, en el reflejo de una amargura vírica cuya supervivencia requiere de nuevas víctimas para sobrevivirse a sí misma. De esa manera, al actuar como  un fogonazo con el que épater le bourgeois, tal vez el producto adquiriera trascendencia  y, en definitva, fuera algo más soportable.
Lo cierto es que incluso así no asistiríamos a una instalación, obra o producto cultural innovador, sino que Quarttet se movería en la transgresión consabida, la más repetitiva, la más obvia, la del “pipi, caca, culo” de cualquier niño. ¿Un retorno a los orígenes, una reivindicación de la simplicidad o mera vulgaridad entronizada?
Y ahora soy yo quien retoma el hilo de esta crítica y vuelve a los orígenes. En conclusión, y sin necesidad de más rodeos, mi opinión sobre Quarttet es la siguiente: se trata de un producto básicamente infumable.

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