Barcelona, 30 de octubre de 2014
Querida hermana,
El motivo de la presente es saber de ti. Espero que cuando la recibas, Dios mediante, te encuentres bien, mucho mejor que yo.
Hace tiempo que dudo si debo escribirte o no. Empiezo una carta, rompo el papel, lo intento de nuevo. Hoy, al fin, me he decidido. Me han podido las ganas. Y conste que esperaba recibir noticias tuyas primero. Sin embargo, viendo que no llegan, me adelanto solo para saludarte.
Tengo que confesarte que la distancia se me hace difícil. Es una carga pesada, al menos para mí. Y ahora no me saltes con aquello de que soy robusto y resistente, que puedo con cualquier cosa. Recuerdo que siempre te burlabas de mí, de mi apego a las costumbres. Decías que era egocéntrico como el astro rey. Sé que mi constitución lo puede dar a entender, incluso que soy imperturbable y nada me afecta, pero no es cierto. Me siento cojo sin ti.
Te echo de menos, pequeña. Aún recuerdo los días en que cuchicheábamos todo el día en nuestro rincón, y lo alegres que eran las comidas en casa. Estabas tan elegante frente a la mesa, vestida de lino blanco… Yo te contemplaba a mis anchas y enrojecía de felicidad hasta las orejas. Siempre temía que se dieran cuenta. Fueron buenos tiempos. Ahora, en cambio, nos han separado. Te has ido a cuidar al bebé.
No dejo de darle vueltas al tema y creo que todo sería más llevadero si te comunicaras conmigo, aunque fueran cuatro líneas. O si pudiera oír de vez en cuando tus pasos quedos, arrastrándose ligeramente sobre el suelo de parqué, como cuando estábamos cerca uno del otro. Y no es que quiera recriminarte nada.
Tal vez tu indiferencia se deba a que has encontrado nuevos amigos, más divertidos que yo. Te diría que hasta aquí me llega tu risa. Tú, tan delicada, sacudida tu frágil estructura por los espasmos del placer.
Pese a todo, no te guardo rencor. Para mí siempre serás la más hermosa, hermana mía.
Solo una cosa más (no quiero que malgastes tu precioso tiempo). ¿Recuerdas los días de fiesta, cuando el comedor de casa se llenaba de gente y tú y yo podíamos tocarnos? ¡Era tan excitante sentir tu contacto! Entonces te acariciaba sin miedo… Y tú resplandecías.
Ahora miro hacia el balcón para intentar pensar en otra cosa, hermana mía. Intento distraerme observando al periquito azul en su jaula. Veo crecer poco a poco el ficus y sigo al perro en su deambular, hasta que se detiene y endereza las orejas. Fíjate si es triste, que el mayor acontecimiento para mí es cuando una paloma se posa sobre la baranda. ¡Se arma un revuelo!: el perro se altera y empieza a ladrar, el periquito revolotea nervioso y salta sobre su columpio. Pero todo acaba cuando la paloma abre las alas y alza el vuelo. Como tú.
Si el bebé te deja en paz, aunque solo sea un momento, acuérdate de mí, y responde a esta carta. Piensa que espero impaciente noticias tuyas.
Te quiere, tu hermano del alma.
S.O.
Barcelona, 31 de octubre de 2014
¡Querido hermano!
¡Qué triste me pone tu carta! Ya hablamos sobre este tema antes de trasladarme y creo que quedó claro que no me iba por mi propia voluntad, que se trataba de algo transitorio. Nuestra obligación es colaborar con las tareas de la casa. Me necesitan para cuidar al bebé y tú lo sabes perfectamente. ¿Ya has olvidado que hay que acunarle en brazos, darle el biberón y consolarle cuando llora? Allí soy imprescindible.
Abandona, por favor, ese tono de reproche, que no te pega nada, siendo tú tan orgulloso. Después de todo, la que está allí encerrada soy yo. Hay que aceptarlo. No me digas que no puedes.
Si no te he escrito antes es porque no tengo paz ni de día ni de noche. Han sido unas semanas muy intensas y el agotamiento no me ha dejado tiempo para nada. Me duermo, rendida de cansancio, y al instante me despiertan por cualquier motivo.
Y si vieras lo que sucede cuando cambian el pañal al bebé… Es de lo más humillante. No lo soportarías. A veces el pipí sale disparado de esa especie de manguera chiquitita que tiene y me pone perdida. ¿Te imaginas? Es como un surtidor descontrolado. En seguida corren a limpiarme, pero creo que a día de hoy el olor persiste. No te rías, porque la primera vez me deprimí mucho. Lo que hubiera dado por volver ahí, contigo. O sea, que no consiento que me digas lo divertida que estoy y la compañía tan sensacional que tengo. Además, la mayoría de las veces me tratan a trompicones. De verdad que temo por mi integridad física. Sabes que nunca fui demasiado fuerte.
No quiero ser pesimista, pero a pesar de todo creo que lo peor está por llegar, cuando el bebé gatee, hermano mío. Aunque con un poco de suerte, para entonces podré regresar junto a ti, que es mi sitio.
No creas que no tengo sentimientos solo porque intente mantenerme firme en mi puesto. Me erizo en toda mi superficie al revivir nuestros momentos más íntimos, como cuando hacían limpieza general y yo acababa instalada sobre tu regazo confortable. Ese aroma tuyo, tan intenso, tu piel tersa. Me hacía sentir tan bien. ¿Te acuerdas? ¡Cómo lo añoro!
No te olvido, hermano. Espero y deseo que pronto estemos juntos de nuevo.
Besos,
S. I.
P.D. (I) Cuidado con ese perro gruñón. El sillón que había antes lo destrozó a mordiscos. Daba pena verlo, con la espuma saliendo de las heridas, como si fuera un mueble de desecho. Por eso lo reemplazaron por ti, mi querido Sillón Orejero. Y el mal bicho, al balcón. Me encanta tu color chocolate, y puede que a ese dientudo también.
P.D. (II) ¡Buenas noticias! He oído a la señora quejarse de mí. Dice que una mecedora sería más cómoda que una silla para sostener a su hijo en brazos, que le permitiría descansar mejor. Creo que muy pronto volverás a tener en el comedor a tu Silla Isabelina.