Taxidermia

TaxidermiaEntraron en tromba en la casa presidencial. Sorprendentemente, nadie opuso resistencia. Todos en la residencia parecían haberse ocultado, presas del terror. Al frente, el líder de los sublevados conocía muy bien el camino. Se sentía con la conciencia tranquila: sus aspiraciones eran justas. Lo único que hacía era aprovechar la ocasión. Había esperado con paciencia por respeto, pero ahora el carcamal había palmado, y él y sus hombres estaban resueltos.

Les resultó fácil abrirse paso rifle en mano, alertas pese a todo, desconfiando por instinto de las facciones enemigas. La excitación martilleaba sus sienes. El objetivo estaba al alcance de sus manos, allá, al fondo de aquel pasillo tan familiar donde se situaba la frontera. Protegida por la puerta de madera, la sala de consejos les estaba esperando. No sería un día sin pena ni gloria, pues –al fin- el partido Elevamos Sueños se adueñaría del poder, y su líder se convertiría en el hombre fuerte de la nación.

Instantes después, justo antes de accionar el picaporte, la puerta se abrió hasta despejar el umbral. El líder avanzó con cautela, adentrándose algo en la sala regia, pero, estupefacto, sus dedos se tensaron sobre el rifle. Tras el vetusto escritorio de nogal el viejo presidente exhibía su guerrera caqui de ceremonia, repleta de medallas y condecoraciones. Acusadoramente, mantenía el dedo índice extendido, con tanta energía, que hizo retroceder a todos. Eso al principio, porque luego simplemente huyeron.

Tras la desbandada, un mayordomo apareció y ocupó el centro de la sala con su librea dorada. Él era el legítimo sucesor del presidente, después de años de indigna sumisión.

La taxidermia, su pasión, había resultado útil. El hijo usurpador del presidente, el líder de Elevamos Sueños, se mantendría lejos durante una buena temporada. Rio para sí mismo adivinando cómo se habría cagado en los calzones, lo mismo que de pequeño, cuando lo atemorizaba con sus sangrientas historias de vudú.