Vigilia

VigiliaEn el mes de enero caminar por la calle es ir arrebujado con quilos de ropa, el gorro calado hasta casi tocar las pestañas y un paso apresurado que combata la tiranía del termómetro. Pese a mi limitada visión-inconvenientes de mi indumentaria-, le reconocí en cuanto le vi, así como por accidente. Ahora que hago la retrospectiva me doy cuenta de que antes de yo advertirlo siquiera, ya me había lanzado su dardo. Un dardo certero que penetró hasta el fondo de mis ojos. Luego solo sentí su paso fugaz. Un desliz que pesó en mis párpados cargados de niebla.

No sé cómo pude llegar en ese estado a la biblioteca donde trabajo pero, fuera como fuese, hice de tripas corazón. Me senté en mi silla e intenté concentrame. Como siempre, tras el mostrador, la mañana transcurrió con relativa normalidad. Pero solo en apariencia, porque en mis entrañas se comenzaban a gestar dudas y temores.

Por la noche, cuando me sepulté en mi cálido santuario de edredón y sábanas de franela, soñé en aquel individuo. Vi su mirada penetrante. A continuación vino hacia mí y me asestó una cuchillada sin mediar palabra. La sangre empezó a manar mientras sentía el dolor de su pérdida. Entonces me desperté con un grito en la garganta. Mi pecho se debatía contra aquella pesadilla.

Ya no dormí más aquella noche. Conseguí mantenerme en vela. Pero el sueño no deja de repetirse, y siempre es lo mismo: le veo a él clavándome el arma.  Sé lo que va a suceder, y a pesar de la angustia que me produce, no puedo resistirme. No soy capaz de hacer nada por impedirlo.

Estamos ya en febrero. Camino aún más deprisa porque el frío que debo espantar se abalanza en picado sobre mí. Recorro la misma calle con la esperanza de volver a cruzarme al hombre que me inyectó el veneno sin ninguna razón. Yo sé que es culpa suya y quiero pedirle explicaciones. Deseo preguntarle por qué insiste, por qué me hace daño de esa manera. Pero no he vuelto a verle más.

Cada día estoy más cansada. Apenas puedo conciliar el sueño, ya que busco en la vigilia un refugio contra el horror.

Esta mañana un presentimiento me ha cortado por un instante la respiración. Estaba en mi puesto de la biblioteca cuando alguien me ha mirado con extrañeza. No era el hombre que me crucé aquel día, pero se le parecía mucho… ¡Esa mirada! Le he penetrado con mis ojos marchitos y llenos de odio. No ha resistido el pulso. Ha girado la cabeza hacia otro lugar con disimulo y se ha ido sin el libro que buscaba.

Ahora me siento ligera. Esta noche dormiré como antes, bajo mi edredón de nieve y la protección cálida del invierno.

Otro cargará con mi culpa, la del cuchillo que sangra en mi pecho.