Los retratos de Víctor Molev me parecen pinturas fabulosas. Y digo “fabulosas” en sus dos acepciones: aludiendo a lo extraordinario pero también relacionándolo con un mundo de fábula, irreal, solo posible en nuestra fantasía o en nuestros sueños. También se podría hablar de pintura surrealista, con una simbiosis sorprendente entre lo imposible por onírico, y lo real y cotidiano. Y entonces -¿cómo no?- me viene a la mente el genio de Cadaqués, Salvador Dalí.
Con Víctor Molev se tiene la oportunidad de admirar pinturas de gran riqueza en fondo y forma. Y eso me maravilla. Su belleza plástica y cromática es de una ampulosa armonía e insta a investigar el cómo y el porqué de su forma, nada convencional y sumamente creativa. Se trata de formas constituida por diferentes elementos de naturaleza humana, animal y paisajística en perfecta mezcolanza. En esta intrincada visión todas sus partes logran aliarse hasta crear una imagen de conjunto hermosa en sí misma.
Pero hay más. Para mí, toda esta sobreabundancia es la forma del cuadro, el medio utilizado por el pintor para conseguir un fin determinado, que es crear un retrato. Y los significados de todos estos elementos, el simbolismo que conforman todos juntos, están al servicio del objeto esencial de la pintura. Éste es el fondo. Aunque para apreciarlo se requiera de una cierta distancia visual. Necesitamos alejarnos un poco para recomponer ante nuestros ojos una figura completamente diferente: retratos de personajes populares del ámbito artístico, cultural, científico, etc.
Por ejemplo, los cubos que se aprecian en el retrato de Einstein, para mí, son la expresión de su pensamiento: lógico, abstracto, científico, que aspira a racionalizar el mundo mediante números y fórmulas.
Una pintura dentro de otra pintura, como una matrioska. Una amalgama de elementos, aparentemente fortuita y barroca, que persigue un significado último determinado. Una obra de conjunto que se puede admirar desde dos distancias, y en cada una observamos realidades diferentes. Habría que hablar de convivencia de dos perspectivas más que de simultaneidad, porque siempre se nos planteará el dilema de por cuál de las dos nos decidimos. Ambas son legítimas y complementarias.
Esta tendencia pictórica la encontramos también en el surrealismo de Dalí y en otros artistas contemporáneos como Octavio Ocampo. Víctor Molev la explota hasta sus últimas consecuencias. No dejo de ver un fruto de nuestros tiempos, en los que se diluyen las barreras: asociación, fusión, disociación en cuanto a formas, estilos, materiales, ideas… Pienso, incluso, cómo esta transgresión testimonia la locura, y recuerdo de nuevo al excéntrico Dalí.
Confusión y caos que remite a la realidad, a través de nexos inverosímiles. ¿Ilusionismo, metamorfosis? ¿La relatividad puesta de manifiesto? Creo que Víctor Molev ha echado una mirada en esa dirección y que aquí tenemos su obra, fabulosa y rica.