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Y se hizo la luz

amanecer-dali

Y en un principio fue la luz
y la luz se hizo verbo
y el verbo se encarnó en tu cuerpo.
Dos brazos y dos piernas;
un torso coronado
por tu cabeza serena;
el sexo subyugante,
aguardando el momento preciso,
el instante.

Y entonces llegué yo,
una sombra de vuelo cernido,
repleta de besos
mojados sin labios
que se ha convertido
en tu pan y tu vino,
en el verbo de tu garganta,
en un reflejo oblicuo
de esta luz pura y descalza.

Nueces verdes

NUECESTe vi partiendo nueces
a la sombra de aquel
enorme árbol.
Era un día de verano
pero las hojas te cubrían
como un manto.

Eras solo un niño,
intentabas averiguar
qué escondía aquel fruto
de piel empecinada,
por qué se manchaban
de verdín tus manos.

Acuclillado, buscabas
piedras romas con peso
que te sirvieran de mazo.
Tenías que ahuyentar
un aburrimiento de cántaro
y tardes de siesta.

Aún no habías encontrado
en lo profundo de tus ojos
el deseo licuado de tu sexo,
de nuevo el latido
de unos pechos entre los labios.

Presagios

PresagioCuando la noche desdibuje
su letargo adormecido
y el cuenco de la mañana
vierta su luz de espada,
yo estaré esperando la hora
feliz del presagio oscuro,
un aleteo de manos,
las caricias que las sombras
no condenan al olvido.

Llovía a mares aquella tarde

Llovía a mares aquella tarde.
Los transeúntes
no caminaban
como siempre,
rápidos.
Huían despavoridos
bajo paraguas en sombra,
tentando a la suerte,
reptando bajo el agua.El paso, incierto,
se afirmaba
contra el desliz
de hojas mojadas
y hallaba veredas
sobre el lecho
de algún adoquín.
Era una tarde anochecida
de principios de octubre
o acaso de marzo.
¡Qué más da!
En los charcos arrinconados
temblaba el desamor.Llovía a mares aquella tarde.
Recuerdo todavía
el apagado eco
de una ambulancia
triste y turbia.
Cruzaba el asfalto
y hasta el amarillo era dolor.
Busqué refugio en
el único lugar posible,
un bar tan desolado
como su mármol sucio;
más solitario
que una colilla sin carmín.
Allí perdí la monótona
simetría
de copas atadas a sus amos,
inútiles, invertidas,
vacías de sueños sin licor.
Llovía a mares aquella tarde.
Mi piel aún conservaba
el lacre ardiente de tus manos,
la enjuta brevedad de tus dedos.
Me di cuenta en ese instante
de que el amor
arde en hogueras dispersas,
como fogatas de San Juan,
y que la lluvia es frío,
humedad, moho, vaho
adherido
al metal.

No era San Juan
y sin embargo,
ardían hogueras
laceradas
en mis manos,
en el hueco intacto
de mi espalda.
El estrépito de petardos
retardados
sacudía los ojales
de la nostalgia,
estridente
entre voces opacas.

Llovía a mares aquella tarde.
Y el beso que nunca  nos dimos
pereció en algún portal.
El amor sentenciado
hiere tanto…
Fue la ironía de un espejismo
la que me acompañó
aquella tarde,
porque llovía a mares
sobre unos labios
clausurados,
impregnados en sal.

Anònims

 

corazón

L’ànima guareix el cor de la ferida,
de l’esglai febril que sent si tu no hi ets.
I com que mai no detura els seus batecs,
pacient s’encomana a la teva llum,
estimat meu, ànima de vida.
Sensualitat d’un cor enganxat amb agulles,
que sagna a cada punxada amb un dolor
barrejat de suor salada i fel.
Es desboca, crida el meu cor,
però aconsegueixo que calli, que no destorbi,
durant les hores que ets doctor i profeta,
quan sóc transcriptora i tu professor omniscient,
quan sóc a les teves mans de metge omnipotent.
Magistral és el teu púlpit cada dia i cada hora,
deutor del sacrifici d’Abraham al desert.
Voldria que les notes que t’escric
es capbussessin cada matinada
entre els punts de llibre que fas servir.
Podries llegir les meves línies sense remitent
i sentir la meva mà anònima, fosa
amb el bolígraf, les paraules, el paper
per fer-te un escàner fidel
del que se sent clavat a la fusta dels innocents.
I si en sabés, traçaria noms amb ploma d’au i tinta animal,
llavors les meves ratlles serien més reals,
tan humanes com el batec del meu cor
que viu i mor per la teva ànima.

Yo te escribiré

Yo te escribiré
aunque no me leas,
aunque tus ojos empapados
de marea
jamás se dejen mecer
por la negra tinta de mi letra.

Mientras el mundo
se cernirá sobre nuestros días,
con las rocas como testigos
de un tiempo hecho cenizas
que se deshoja en un susurro,
entre la eternidad y el absurdo.

Y me asaltan dudas:
cómo las montañas vivas
se volvieron dunas;
o cómo ardieron sobre las lomas
ávidas lenguas de lava
que luego se dieron a la fuga.

Yo te quiero
y, sin embargo,
a veces tengo miedo.
Por eso, aunque nunca
cese el ulular del viento,
te escribo aunque no te veo.

Como émulos de los dioses,
escultores de las cumbres
que apuntan al cielo,
nos perdemos en este dédalo
-ícaros sedientos de viento
soñando con alzarse del suelo-.

Aunque no me leas
yo te escribiré,
a despecho del tiempo
que pulverizará nuestros huesos,
solo porque tú eres amor
de mirra, oro, incienso.