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Mi corazón entre tus brazos

corazon_by_sandrapack

Entre el hoy y acaso el mañana
me levanto a duras penas,
con una turbia venda
que atenaza mis legajos.
Sucios y tercos pedazos
de ayer rayando mi casa,
imponiendo con tirano acento,
desde muy adentro,
su tormento.

Se desata mi rabia y mi congoja,
mientras tú, paciente hombre tranquilo,
lanzas largos vistazos,
condescendientes silbidos de desagrado.
Mi mano tendida hacia delante,
tozuda cerrazón presa de un puño
que golpea, invicto, el punching de mis días.
Es quizás todo un espejismo en clave de pesadilla:
mi corazón mordido por tus labios,
latiendo entre convulsas diástoles de abrazos.

Me avasalla tu mirada

Me avasalla tu mirada, amor,
cuando me atas a ti con el gemido de tus pupilas,
cuando me matas
y con dolor de agujas antiguas
me arrebatas.

Es avaricia, imposible
e insensata,
la estulticia de perderte teniéndote,
de huirte para no sufrir abandono o menosprecio,
de creerme en la cima de tu alma y, luego,
precipitarme sin remedio a ese agujero de anhelo…

Qué negro y mezquino puede ser a veces todo,
amor mío,
si me hundo y ni tan sólo nado,
porque me falta el resuello
y no me asiste tu mano.

La marea

Dime, ¿qué es la marea
bajo el azul del cielo?
¿Un incesante romper contra la arena
con un regocijo de espuma en celo?
¿O la invasión aterradora y eterna
de olas que hacen crecer su lengua de hielo?

En mis aguas turbias de luna llena,
tu pálida luz enarbola un reflejo
que mi risa de océano alienta,
o me arrastra al pecio del desconsuelo.

Me he perdido en tu playa de almenas
como arriesgado beduino en el desierto
y descalza busco, cual niña abrasada,
el oasis de tu abrazo y tu voz en silencio.
Cuando te necesito te busco en secreto.
Dime por qué hoy no te encuentro.

La llamada

Un latido de vértigo para mis sentidos,
haz de luz en la retaguardia de mi mirada,
y frente a mí, en un juego de espejos repetidos,
la blanca estoicidad de un nuevo día me llama.

Río de lava que fluye en calma, decidido,
surcando ágil laboriosos presagios en mi alma,
que cual lenta caricia de un amor redimido
se empecina, cauto, se aproxima, me reclama.

Esa voz que se regodea en mí es la llamada

Habitada

Si la luz me deshabita ante tus ojos,
ni siquiera existirá el olvido.
Porque vienes
de donde el imán del mundo ejerce su poder
y vas adonde el alba es luminaria,
donde la maraña reticular del fondo del cielo
brilla en la noche.
Bésame
con la gravedad de los cuerpos celestes
y haz de mí un sol amasado de fuego.
Mastica el aroma de mis poros
y entonces yo
me elevaré sobre mi propia carne
para rescatarnos en el recuerdo.

El resuello

Ando buscando por ahí
la sombra alargada
de un padre amoroso,
sin caer, y no es baladí,
que esos ojos como espadas
son mi sino sin retorno.

Huérfana, con el dolor
de mi niñez te busco,
con la vista opaca del ciprés,
con el lento caminar del miedo,
con la errada costumbre
que destila su cruel veneno.

Sé y entiendo
que tu mano amada
jamás recogerá mis dedos,
que ese beso de ángel que sueño
no será para mí,
sino sólo un resuello en mi cuerpo.

Y por fin el anhelo que sentí
descorchará, sereno,
mis párpados de acero.
Burbujeará sobre mi pecho
arrasando en silencio
lo que sin ti no siento.

Habrá un momento de llanto,
el frío de la clausura
y una ventolera de espanto.
Me quedo con la bruma,
en lontananza mi bandera,
en este compás de espera.

El páramo

“Cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace.”
Juan Rulfo, Pedro Páramo

Llueve sin patente sobre el páramo,
pero sin Pedro que aliente mi prosa
no hay color ni esfera hermosa
que torne mágico
el realismo demacrado de mis noches sin ti.

En tu aliento bebí el elixir
de la vida titubeante, con anhelo
de más lunas radiantes, de más luceros.

Y te perdí, así,
sin apenas percatarme,
sudando el dolor de mis ojos
que a la pura fuerza te atisbaban lejano…

Y ya no fui feliz.
A sabiendas tuve que dejarte ir
para que arredraras la tristeza
de otro monte, de otro llano.

En el eco de tu marcha
mil espadas blandieron un mar de canciones,
una azada tembló al herir los surcos
del campo que latía con ansia.

Oí el grillo al anochecer
y la avutarda en su nido
y grité a la aventura tu nombre, Pedro,
pero sólo vi a lo lejos el páramo.

Sólo me consoló ver su desolada
y gélida vastedad de amiga
que se asusta en las noches sin luna,
como yo ante mi penumbra.

El gigante

Sobre un altozano
te vi
a ti,
enérgico, enigmático.

Avanzaste lento,
seguro en tu espacio,
ignorando
el ignoto sueño
que reptaba en mi ánimo
para luego
mirarme ajeno,
feliz.

Te sentí,
avancé un paso
con manos llenas
y dibujé un sí.

Ahora tu acento
es mi eco humano
con raíz,
el del amor marcado
a fuego y hierro,
resabiado
por días y años,
por daños espías
lacerantes
como cuencas vacías.

Se destila la duda
del ansia en barbecho
mientras la oscuridad de mis ojos
te otea a lo lejos,
enredado en mi sueño,
como liliputienses
empeñados
en maniatar a un gigante
de carne y hueso.

Daga de amor

Al alba de acero
le robaré el rubor
para hacer sin pudor
la daga arrojadiza
que asaetee tu corazón.

Clavada en tu pecho
te abrasará por dentro
para que sientas la ardiente
plegaria de mis manos
fundidas a ti a fuego lento.

Amor, sólo lamento
no haber dado antes contigo,
en este eterno recuento
de calles y mares,
de vida sin latido.

De haberte conocido,
todo en un suspiro,
me hubiera clavado en el suelo,
sin dudas, sin miedo,
para decirte: te quiero.