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Felicidad versus plenitud

¿Qué hombre feliz
sopesa y calibra
su plenitud escueta
y en los platillos de la balanza
observa, mide y pesa?

Un perfil escurridizo
es ser feliz,
el que se asoma a tientas
por las rendijas,
perdiéndose a cada paso
entre algaradas y risas.

Paradoja y vida,
pura ilusión,
y en el punto de mira
una bifurcación de caminos:
el de vuelta y el de ida.
Es así como las noches llenas de ráfagas
se suman a nuestros días
en un camino dual que nunca acaba.

Desoyendo a Dios en pos de la razón
ha quedado sin criterio nuestra conciencia
como un niño perdido en una gran feria. Seguir leyendo Felicidad versus plenitud

El aullido

El aullido de la noche sajará la carne
con saña de usurera,
con la voracidad del tiempo,
como se reabren las fístulas
que jamás sanaron
entre la epidermis y el hueso.
El nosotros yerto,
sobre los tejados,
tensando músculos y miedo,
y mi cuerpo,
un ovillo de uñas estriadas,
de pies anclados
y manos sin tinta.
No tejeré jerséis inconclusos
ni proyectos
con olor a pan tierno.
Sin agujas, sin trazos
en el aire
que silben la voz hecha verbo
se abrirá la fosa,
la que sepulta entre la piedra
mi carne y la piel del membrillo,
fruto del terciopelo.

Concha de arena

Concha de arena,
acogida y trabada
entre cristales de nácar,
de tu belleza señora,
convicta de Luna llena y pleamar,
en el único hábitat de la nada,
tan hermosa y perfecta.

Infinitesimal cadencia
de un ser que no está porque es,
simplicidad sin fondo
que emerge indolente,
como la fe del eremita
o el llanto del neonato.
Esencia, origen, meta.

Concha de arena,
muda, pletórica,
eres materia de oasis
en el equívoco de lo inerte.
Cuando tus dunas canten
el son grave del tiempo
yo ya estaré muerta.

Conato de esperanza

Raudo pararrayos,
alegre espantapájaros,
bendito esparadrapo
que tejes mezcolanzas
de yodo y vendas blancas.

Sanó mis heridas
el lento cucú del tiempo
y con madreselva y olvido
restañé la sangre podrida
que latía sin sentido.

Inmarcesible ante las eras
de los viles segundos,
el frío bipolar de la espera
traspasó mi mundo:
conato de columna certera,
hilo conductor sin rumbo.

Pero carraspean en mi garganta
el helor y las dunas del desierto,
ese fuego de miedo y hielo
que envenena la esperanza.
¡Maldito diablo y maldita su danza!
¡Ojalá fenezca con mis lágrimas!

Canto de Ulises ante los cadáveres de sus hombres

No perpetres más crímenes contra natura
desde el bando ignominioso de la vida.
Atrajiste hacia ti mis barcos
y solo atisbo escollos y heridas en las rocas.
Escila con Caribdis ha estrechado el lazo.
Mis hombres y yo en acalorado abrazo
sentimos el tiempo adelgazado,
el espacio reducido a nada,
el navío, un cascarón de zozobra.
Nos ha sepultado la bravura de las olas,
nos ha desposeído de fortuna y honra.
Ahora yacemos bajo el celo de las aguas,
cascada que regocija a las noches sin luna.
¡Oh, Atenea, diosa de la astucia, guíame,
enjuga con tu mano estas lágrimas de muerte!