Archivo de la categoría: Poesía existencial

Mojar el alma con las gotas rezagadas del día de ayer

Mojar el alma con las gotas rezagadas del día de ayer.
Ver el arcoíris reflejado en cada comisura de mi cuerpo.
Y dejar a la tenaza de la vida
rematando los retales incorpóreos del dolor.
Un corte de mangas tenaz.
Caer y dormir.
No más pasos en falso
que conviertan las aristas en cantos rodados.
Lejos, muy lejos.
Más allá del río mojaré mi boca con el agua fresca.
Al fondo, escondida, se verá mi cueva,
mi amado agujero hecho de suelo.
Dormir sin volverme hacia ningún lugar.
Sola, blanda, perfecta.
Pura estalactita calcárea,
óbolo del día que miré atrás
para convertirme en simple estatua de sal.
Pura y libre al fin.

Mapamundi de mis manos

El vuelo de una rosa puede ser estéril,
tanto o más que el beso de un ángel
o el vigor de una esfera de jabón,
a despecho de su hermosura,
de su carne evanescente,
de su geométrica curvatura…

Tanto así es el amor desesperado:
etéreo, líquido, vacuo,
escurriéndose entre nuestros dedos
irreconocibles y lerdos;
o muriendo de lenta asfixia,
en el laberinto tullido
de nuestras crispadas manos.

Esas manos de largos dedos
que pueden convertirse en tentáculos de acero,
en escudos diletantes para pobres sin ánimo,
en arrojadizas e hirientes jabalinas
prestas a trazar al vuelo arcos frenéticos
de lacerante miedo.

O pueden, sarmentosas, hacer nido
con el cuenco pedigüeño de la mano,
arañar el alimento de la vida
con astilladas uñas,
pendones enarbolados
con jirones de negrura.

Pero si pudieran ser ligeras serpentinas de colores,
las manos volarían cual cometas
y serían pura tentación, caricia pura,
embajadas repletas
de emisarios con fuertes brazos,
cónsules de la cordura.

Los dedos de la gloria serían
recogiendo en su cáliz un suspiro,
una palabra con ardor de filigrana
y tupida pasión de madreselva.
Frontera y parapeto contra la noche y el día,
el ayer y el mañana.

Vano sería el esfuerzo por llorar los dardos
que murieron en nuestras llagas.
Solo un asomo incompleto de dolor,
porque siempre podríamos,
con esas manos,
reivindicar un alma soberana.

La sonrisa de Joker

Morí antes de nacer,
antes de conocerte, vida,
y mi sepulcro fue el aire que hinchó mis pulmones,
mi mortaja los sólidos brazos que amortiguaron mi caída
y mi llanto el réquiem sin fin que solo vence tu sueño,
el sueño de soñarte, maldita.

Por eso mis reencuentros con la muerte
se afanan por permanecer día a día,
en ese túnel estrecho y hosco
que cubre tantos lapsos de tiempo,
vencidos y abstrusos,
que me finiquitan con ansia desmedida.

Yo no entiendo el júbilo de tenerte,
cuando lo unico cierto es que, obligados, latimos
en un sinsentido que se llama vida.

Macabro sarcasmo
que nos refleja
en el espejo antipático del otro,
para que contemplemos, aterrados,
en los labios de algún Joker,
sonriente y desfigurado,
el trazo ufano de una vía sin salida.

La nit més llarga

Durant la nit més fosca,
la darrera, la més llarga,
abans que la navalla esmolada esgarri el cel
i s’escampi el malva i el roig des de l’horitzó,
jo no pronunicaré cap paraula,
només deixaré que el meu pensament
faci l’esborrany dels mots que no haurien de desaparèixer.
No seran mots viatgers
plens de camí, de boira, de pols
ni emotives frases que s’endinsin sota la pell.
Seran, durant aquesta nit interminable,
substantivitats barrejades amb alens
que, en espera del seu destí, romandran immaculades,
com nines de porcellana que callen.
No hi haurà penediment pels estralls dels anys,
no hi haurà lament per tants petons perduts
entre l’aire de la tarda.
Simplement un dia, quan jo ja no hi sigui,
algú copsarà una idea, unes lletres, una ànima,
i aleshores es farà la descoberta del gran secret.
Perviurà l’essència de la vida si hom escolta,
en el so del silenci,
que tu i ell i jo som també esperit amb el do de la paraula.

La herrumbre de la muerte acelerada

La herrumbre de la muerte
mata
al creyente, al hereje,
al suicida.
Orín convertido en eco de una voz
o una despedida.

La guadaña se oxida
sobre el grial de plata
pero no escatima
su cuchilla
y se escancia generosa
sobre todos los hombres.

El gusano corroe,
anticipo del almíbar
indeleble,
hollando la materia recidiva,
que abona y alimenta
a la siempreviva.

La rosa es goce de pétalo y espina,
lacerante con los dedos,
doncella altiva
cautiva del deseo,
que perece entre ascuas
tan hermosa, tan lasciva.

Se agua la espesura de los ojos
entre bosques a la deriva
la herrumbre de los años
se desmaya sobre los hijos de la vida,
sobre el desierto de moho,
sobre la paz ignota que alivia.

En el silencio
una saeta, un réquiem.
A lo lejos el murmullo de una fuente
que gravita sobre el tiempo,
donde el principio es fin,
donde nace el día.

Humo

Humo.
Humo negro y espeso.
Plomo en el centro
con fuerza centípreta
socorrido a golpes del dolor más denso.
Humo.
Volutas, caracolas dudosas
que se elevan hasta lo más alto
mientras el plomo es imán y es reclamo.
Humo.
Engendrado en la oquedad
de unos ojos incendiados.

Goce

Antediluviano goce
en la erótica del poder.
Andamiaje de excombatientes
en la cuerda floja
sin antes o después.
Solo tú,
solo yo
somos triste moneda de cambio,
tránsfugas de la realidad.
Antediluviano goce
en la erótica del amor.

Garabatos de luz

Defíneme la luz para que pueda inventarla entre las sombras, para que mi trazo sea capaz de garabatear su silueta. Dejaré un resquicio en el pretil de su inconsistencia.
Me colaré, abandonando mi sombra. Será mi momento. Podré, al fin, tocar la gloria.